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Debenedetti deconstruye a Mallo que reinventa a Borges que es Dios

(Entrevista realizada por Tomasso Debenedetti a Agustín Fernández Mallo el día 22 de febrero en el hotel Vinci Soma de Madrid con motivo de la publicación del libro El hacedor (de Borges), Remake.)


Esta vez, contra mi costumbre, no haré apología de la entradilla e iremos directos al grano. La primera pregunta es inevitable. ¿Cómo surge la idea de hacer un remake de este libro de Borges que es, además, el más ecléctico y personal de toda su obra?

Es un libro que he leído y releído y siempre me ha suscitado muchas imágenes y muchas ideas. Lo leí por primera vez a los 18 años y me fascinó, me abrió muchas puertas mentales, sobre todo ver cómo él narraba a través de elementos menos literarios, como las matemáticas, la metafísica o la filosofía, y cómo aún así conseguía que estos relatos fueran emocionantes. Me parecía y me pareció la cuadratura del círculo. En aquel momento me interesaba la poesía de las ciencias y me fascinó ver que alguien había hecho eso y que era posible y entonces pensé que yo también podría elaborar mi estética en esos ámbitos. Eso quedó ahí y yo fui programando mi literatura, mis poemas, dando palos de ciego, hasta que en 2004 me vi releyendo el libro y reescribiendo el prólogo y me dije voy a seguir, como si fuera un ejercicio de estética personal, una investigación, sin saber adónde me llevaría. En los años sucesivos seguí escribiendo textos suscitados por esa lectura hasta llegar a este libro que es, en realidad, un intento por transmitir la emoción de lectura.

A la vista de su trayectoria literaria, tanto poética como narrativa, parece seguir un camino, digamos, formalistas, más interesado en la exploración de variantes estilísticas y estéticas en detrimento de la narración, del hecho. ¿Está de acuerdo?

No estoy de acuerdo. Lo veo al contrario. La estilística que yo pueda desarrollar va en función del sentimiento que quiera expresar. Hay veces que determinados sentimientos o situaciones te requieren una estética determinada. Lo que nunca he determinado es el cómo quiero decir a lo que quiero decir. No me considero un escritor formalista. Me veo muy intuitivo. Me enfrento a la literatura, sea ensayo o ficción, como me enfrento a un poema: nunca sabes qué puede pasar.

¿Se considera un poeta de la ciencia, del hallazgo casual y metafísico donde su mirada responde a una atenta observación de la realidad a través de un microscopio, o más bien se ve a sí mismo, como ocurre en este libro, como un vigilante nocturno y solitario que mira el mundo a través de una pantalla?

Me parece que ambas cosas no son incompatibles. Lo que tiene que hacer un escritor, o un creador, o un periodista, es mirar las cosas como si fuera un marciano recién aterrizado en el planeta tierra. Las cosas que vemos cada día verlas de otra manera. Eso se puede hacer a través de una cámara o a través de otros recursos. Esa mirada penetrante es lo que define la creación. Alrededor de este vaso podemos construir toda una literatura si sabemos darle la vuelta y sabemos inspirarnos con él.

¿Por eso su literatura se apropia de cualquier recurso estilístico, técnica narrativa o derivas formales y logísticas?

Eso es algo instintivo, no responde a un cálculo. Ocurre como quien va descubriendo un nuevo territorio. Como si ahora te ponen en una ciudad en la que nunca has estado y te dicen camina, y a medida que vas caminando miras a la izquierda y a la derecha y sigues caminando y de repente te vas a la derecha aunque no sabes por qué, algo te ha llamado la atención, como si hubiera un cartel allá a lo lejos que crees que dice algo y cuando llegas ves que decía lo contrario y bueno, pues no pasa nada.

¿Qué quedará de la llamada Generación Nocilla?

Más que un grupo o una generación somos una corriente estética que está claro que existe y que escribimos de una manera diferente a la generación anterior, lo cual es lo más normal. Somos un grupo de gente que ha dado mucho que hablar porque hemos planteado un replanteamiento de ciertos aspectos de la literatura y creo que es un debate interesante y necesario y algo quedará de todo ello.

Volviendo a su nuevo libro. A veces parece un homenaje al maestro argentino, otras, un sacrilegio a ciertos temas borgianos y, a veces, una gran broma. ¿Qué es realmente?

No hay que olvidar que Borges es un gran humorista, con un humor muy fino y a veces absurdo, pero es un humorista. En mi libro combino todo eso, siempre desde el respeto absoluto que me merece su obra y su figura. Pero me interesa especialmente este libro porque es una miscelánea en el que tú vas transitando y derivando, vas a la deriva por diferentes escenarios, y de pronto te ríes y de pronto la cosa se pone grave y de repente hay algún elemento tierno y luego cambia y luego no sabes qué está ocurriendo en realidad. Me gustan las cosas que no sabes que son, los géneros fronterizos. Yo lo único que hice es quedarme con la metáfora final que comunicaba cada cuento de Borges y a partir de ahí construí un cuento espejo pero espejo deformado, ya dentro de mi estética y de mi mundo. Ahora bien, si me preguntas qué es el libro, te digo la verdad: no lo sé.

Sólo por curiosidad, ¿has tenido que hablar con la viuda de Borges para conseguir los derechos de reproducción de la obra?

No, en absoluto. En literatura existe el derecho a cita y además éste es un libro totalmente distinto.

¿Eres consciente de que este libro puede ser considerado como un acto de honestidad pero también como una osadía?

Si yo me hubiera preocupado por lo que dijera la gente no habría escrito ni la primera frase que escribí en mi vida. Yo creo que uno tiene que responder, cuando lo hace honestamente, a sus necesidades creativas. El resultado te puede gustar más o menos, pero el concepto del libro es 100% borgiano. Hay que tener en cuenta que la literatura de Borges es una reescritura de otras literaturas anteriores o incluso de sus contemporáneos. Borges no creía en la originalidad absoluta. De hecho, adaptó las historias de ciencia ficción y de serie b de su época. Por otra parte, lo hice con mucha ingenuidad, como todo lo que he hecho. Porque cuando estás enamorado de algo te lanzas a ello con toda tu voluntad.

¿Qué aporta la prolongación de la obra en vídeos y fotografías disponibles en la versión digital?

Es muy interesante. Los que conocen mi blog sabrán lo mucho que me importa cómo mi estética se va desarrollando en lo visual. Habiendo como hay ahora unos dispositivos en los que se puede incorporar todo eso pensé que había que aprovecharlo. Y cuando tienes algo que decir lo dices, con un bolígrafo o con el sistema más complejo de escritura, es igual. Así que con la cámara del Iphone estuve grabando en Buenos Aires, en Montevideo, en Nueva York, y fue una experiencia muy chula. Podía haberlo encargado a gente del cine para que hicieran algo profesional, pero tampoco quería. Me interesaba ver el impacto que esas imágenes de mala calidad tenían en el cuento, en mi poética, y cómo me desenvolvía yo a la hora de montarlo todo o de hacer la música para los vídeos. Además, de esta manera, me permitía no depender de nadie, hacer mi propio proyecto, sin salir del rectángulo en el que trabajo.

Al ver uno de esos vídeos, titulado Borges y yo, uno tiene la sensación de estar asistiendo a la plasmación de su poética, minuciosa, geométrica y conceptual, pero también inmóvil y aséptica, demasiado intelectual. ¿Es así?

Bueno. Lo que ocurre es que yo proyecto mis sentimientos en los objetos que nos rodean, en los libros, en el caso concreto de ese vídeo, para reflejar las emociones, en este caso la soledad. Me parece una forma interesante de darle la vuelta a las cosas, de transmitir emociones a través de objetos cotidianos. Es mi forma de mirar el mundo.

¿Es Fernández Mallo un escritor frío?

Creo que no. Yo, por ejemplo, escribo mucho sobre al amor. El amor es un tema constante y muy importante en toda mi obra. No se trata de recrearse en los sentimientos, sino de acercarse a ellos de una forma seca pero que trascienda. Es algo que tiene que ver con la poesía que a mí me interesa, sintética, poco adjetivada y adornada, pero que te sorprende y te llega.

He encontrado en la red el Manifiesto Plagiarista, obra de dos o más escritores escondidos detrás de dos seudónimos, Leandro Romaña y César Ruiz-Tagle. ¿Sois tu compañero Manuel Vilas y tú?

(Risas) La verdad es que no. Pero sí es verdad que hay un movimiento, el plagiarismo, que empezó en los años 70 en las artes plásticas y que es muy interesante porque te hace repensar qué es plagio y qué no lo es.

¿Estamos asistiendo al fin de la originalidad y de las grandes historias?

No lo sé, pero desde luego hay una corriente que se hace a partir de los materiales ya existentes donde tú tienes la capacidad de darle otro significado a esos materiales por cómo los mezcles. El mundo contemporáneo es así.

¿Cómo te has enfrentado al eterno tema borgiano del doble, que en este libro, además, está muy presente?

El asunto del doble es un asunto eterno en la literatura. Es algo que a mí me da muchas vueltas. En Nocilla lab, por ejemplo, aparecía un doble del protagonista. El doble, el gemelo, la clonación, es algo que me inquieta, y me reproduce una serie de miedos y misterios que están ahí desde que alguien vio su reflejo por primera vez en el agua. Que haya dos cosas idénticas en el mundo me parece una monstruosidad. Y por eso las Torres Gemelas, sin ir más lejos, estaban abocadas a la destrucción. Google Earth, por ejemplo, es una copia, es un espejo deformado de la superficie terrestre. El cuento Mutaciones es una de las cosas que más me inquietan de cuantas he escrito en mi vida.

En uno de los cuentos dices que “Todo libro es lo contrario de una medicina. Todo libro es un virus”. La literatura ¿es una enfermedad?

Creo que sí. Está claro que la literatura es una enfermedad. No me imagino a nadie con una mente sana que se encierre horas y horas para escribir en lugar de ir a la playa o a tomar algo. Creo que la lectura y los libros están muy mitificados. No estoy tan seguro de que la literatura pueda salvarnos. La prueba está en que durante la Segunda Guerra Mundial grandes lectores, eruditos y musicólogos dejaban las obras de Schopenhauer en la estantería y se iban a gasear judíos. ¿Por qué? Porque la cultura y el conocimiento no nos hacen mejores personas.

En el Manifiesto Plagiarista que te he mencionado antes se afirma: “La literatura entera no sirve para nada. La literatura sólo sirve para la literatura”. ¿Es eso cierto?

Claro que sí. Pon ahí que yo estoy muy de acuerdo con eso.

Dicho está.

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