miércoles

En París con Renata Tarsio
Por Virginie Ooy.


Renata creció y vivió en la más absoluta miseria. Huérfana a los 5 años, su vida es un recorrido infructuoso y fatal de orfanato en orfanato hasta que a los 14 años conoce al vietnamita Kokoro en la ciudad portuaria de Pattani y deciden abandonar el sudeste asiático para siempre (desde ese instante, el también poeta Kokoro utilizará de apellido el nombre Pattani en recuerdo de la primera etapa de su aventura). Desde allí embarcaron a la India y de ahí tomaron un avión, ignoro de dónde salió el dinero para los pasajes, a París.

Años más tarde, cuando Renata volvió a la capital francesa después de recorrer sola o en compañía de Kokoro la práctica totalidad de Europa, ella y yo nos conocimos paseando por el Jardin Des Plantes una tarde calurosa del mes de junio. Por aquel entonces yo aún no tenía muy claro qué iba a ser de mi vida y esa idea me resultaba bastante penosa. Yo era una joven licenciada en Filología francesa, tenía un Doctorado cum laude en literatura asiática, hablaba perfectamente tres idiomas y conocía asimismo la lengua birmana y me hacía entender en japonés. Había viajado por todo el mundo. Había estado en los carnavales de Río de Janeiro, había celebrado la noche de difuntos en México D.F., había visitado los templos budistas excavados en las rocas selváticas camboyanas. En París fui adjunta a la dirección del Instituto Cervantes y en Alemania supervisé el pabellón español durante la Exposición Universal de Bolonia. A lo largo de mi vida había participado en una docena de recitales en los lugares más insospechados de la tierra: en un bar infausto de Tordesillas; en una sala de conciertos en Madrid; en un salón ultramodernista de Barcelona. Pero la verdad, la verdad, es que no tenía nada en qué ocupar mis tardes aquel caluroso mes de junio que pasaba sola en París, sin trabajo, sin dinero, sin amigos, pero con unas frecuentes y horribles crisis de identidad ante la perspectiva de cumplir 30 años de vida cómoda y disoluta a finales del verano. ¿Y entonces qué? ¿Qué iba a ser de mí? Los sucesivos episodios depresivos fruto de la tortuosa relación a la que César Ruiz-Tagle y yo habíamos puesto fin al comienzo del año tampoco me fueron de mucha ayuda. Y luego… Luego… ¡Qué más da eso!

Yo estaba en París y en París hacía calor y la ciudad y yo teníamos toda la vida por delante. Así que allí estaba yo, hojeando un ejemplar atrasado de la revista Interviú, paseando sin objeto ni motivo, sin coartada ni premeditación, a ratos leyendo, a ratos llorando, a ratos cagándome en la madre de todos y cada uno de los literatos franceses de finales del siglo XIX que me habían hecho ser así, a ratos mirando fijamente a los desconocidos que se cruzaban conmigo para mantener por un momento un diálogo que sepultara la inmisericorde y autodestructiva conversación que mantenía conmigo misma. Y entonces llegó ella. ¡Ah! Era tan guapa que no podías dejar de mirarla. Y ella lo sabía. Se dio cuenta enseguida de mi indiscreción y valientemente se dirigió a mí en un francés de manual:

Alo! Et bien, comment allez vous?

No supe qué responder, aunque sabía de memoria la respuesta, y me quedé callada, sonriendo como imagino que sonríe un oso panda, sin atreverme a iniciar la conversación que tanto anhelaba.

Hey! How are you? dijo entonces Renata. Pero yo no abría la boca. Estaba totalmente estupefacta. Sólo me atreví a decir mi nombre, dije me llamo Virginie, y al instante Renata reaccionó y se sentó a mi lado y empezó a hablar, esta vez en castellano, y de todo lo que ella dijo yo solo pude entender algunas cosas, frases sueltas, nombres sin rostro, fechas inciertas, reyes y reinados y ciudades y fantasmas. Estoy segura, en cambio, de cómo empezó ella su discurso. Fue así:

“Hola, amiga Virginie. Me llamo Renata Tarsio. Soy tailandesa. Nací en algún momento de la década de los 70. Según tengo entendido, fue una década espantosa para mi país. Se produjeron una docena de golpes de Estado. Pero yo odio la política. Hace muchos años que no visito mi país. En realidad, no me gusta cómo suena eso de mi país. Yo soy apátrida. También soy poeta. ¿Has estado alguna vez en Tailandia? Bah, no te pierdes nada. Putas y más putas y arrozales y manglares. ¿Has leído alguna vez los versos satánicos del príncipe Taksin? Estoy segura de que Taksin fue uno de mis antepasados. Según tengo entendido, él fue quien expulsó definitivamente a los birmanos del antiguo reino de Tai. Luego fue traicionado por Rama I. Pero uno no se puede fiar de los libros de historia. ¿Quieres que te cuente yo una historia?”

En ese momento Renata hizo una pausa, me miró con sus grandes ojos verdes, y acto seguido se largó a contar una historia que decía más o menos lo siguiente.

(El fragmento que leerán a continuación es una transcripción hecha por Kokoro Pattani de uno de los prosopoemas, como ellos mismos los llamaban, que Renata solía improvisar a viva voz a cualquier hora del día, preferentemente de noche y a ser posible borracha. Renata jamás escribió un solo verso. Lo más probable es que Renata no supiera escribir.)

Así empezó todo
Prosopoema de Renata Tarsio


No podía dormir, amiga Virginie.
Así empezó todo.

Hacía mucho calor en la casa de acogida
Y me levanté y estuve dando vueltas
Por pasillos enfermos hasta que no pude más
Y decidí salir de allí
Para dar un paseo por la oscuridad
Minutos antes del amanecer.

Yo era joven, ¿te lo he dicho ya?
Sí, era joven. Muy joven y muy guapa,
Demasiado temeraria para ser tan joven y tan guapa,
Pero había algo en esa noche, el silencio,
El ardor de mi cuerpo, la luna casi llena,
­Que me hicieron escapar, marcharme
Sin dar señales de aviso, huir
Sin tomar precauciones, caminar
Sin hacer caso al miedo, deambular
Sin tener presente el peligro de una ciudad nueva y extraña
Como Pattani,
Candorosa y repulsiva matrona
Que no sabe nada de nadie
Y menos sabía de mí,
Una joven extranjera en cualquier parte del mundo,
Una joven huérfana, indómita y analfabeta
Empeñada en recorrer sola cada maldita ciudad
De este maldito país:
Pattani, Yala, Surat Thani,
Samut, Phnom Penh, Bangkok
Chiang Mai, Lamphun, Rayong…
¿Qué buscas, Renata?
¿Qué es lo que estás buscando?
Dime: ¿Por qué sigues caminando?
¡Detente!
¿Dónde estás?
¿Qué haces aquí?
¿Quién eres tú?
De pronto, una sombra, un reflejo.
Hola, mi nombre es Kokoro y tengo miedo.
Hola, mi nombre es Renata y no tengo miedo.

Nos cogemos de la mano en medio de una calle
Porque el temor nos encoge pero el valor nos empuja,
Y seguimos caminando
Y seguimos caminando
Y salimos de la ciudad
Y llegamos a un claro de bosque
Y ya está amaneciendo.
Mira allí, le digo a Kokoro, va a salir el sol.
Mira allí, me dice Kokoro, en aquel árbol,
¿Lo ves?
Agarrado a una rama hay un animal indescifrable.
Parece un pequeño primate
De orejas majestuosas y grandísimos ojos.
¿Qué animal es ése, Kokoro?
Es un Tarsio, Renata, pero ¡no lo mires más!
Está endemoniado
¿No ves cómo gira el cuello?
Nuestras voces se solapan:
¡Vámonos de aquí, Renata!
¡Volvamos a casa, Kokoro!
¿Tienes casa, Renata?
¿Tienes casa, Kokoro?
Y seguimos caminando
Y regresamos a la ciudad
Y Kokoro dice, llévame contigo, Renata,
Y Renata dice, llévame contigo, Kokoro,
Y los dos seguimos caminando por calles suburbiales
Y no miramos atrás, nunca más miramos atrás,
Porque el Tarsio, ese monstruo,
Ese primate endemoniado,
Está clavando sus largas pezuñas en mi carne,
En nuestra carne,
Y vayamos donde vayamos, Kokoro,
Él nos acompañará,
El único, el eterno, el maligno,
En Oriente y en Occidente
En el Norte y en el Sur,
Él vendrá con nosotros,
Retrepado en tu espalda,
Agarrado a mi cuello
Y escupiéndome al oído aullidos terroríficos.

Desde hoy hasta el final de mis días,
Largos días y largas noches, amiga Virginie,
Seré Renata Tarsio,
Poeta y visionaria y esclava del diablo,
O no seré.

Renata en el kilómetro 238.
Por Honorio Chaves.


Se llamaba Renata. Eso fue lo que nos dijo. Hola, mis amigos, me llamo Renata. ¿Vais a Madrid? Sí, le dijimos. Entonces me voy con vosotros. Estábamos en una estación de servicio de la carretera de Valencia, concretamente en el kilómetro 238, y volvíamos de unas vacaciones cortas, insólitas y demoníacas, pero eso es otra historia. Renata se montó en el coche sin mediar más palabra y sin esperar una invitación de nuestra parte. Una vez en el asiento trasero se incorporó levemente para quitarse el pantalón vaquero y en un abrir y cerrar de ojos se puso encima un short blanco que dejaba entrever sus bragas. Eran grandes, las bragas de Renata, y eran de color verde, de eso no había duda, y tenían ribetes o flecos en los laterales. Mejor así, ¿verdad?, dijo Renata, y acto seguido se quitó el jersey y se quedó en manga corta. La camisa de Renata era minúscula y resaltaba la voluptuosidad de sus pechos. Eran grandes, los pechos de Renata, y el sujetador también era de color verde. El ombligo de Renata estaba a la vista. Era un agujero negro y diminuto, el ombligo de Renata, como un abismo negrísimo y diminuto. César, Leandro y yo nos miramos como se miran los chiquillos en misa y nos pusimos a reír y Renata también se rió. ¿A qué esperáis?, dijo ella, ¡en marcha! Estábamos en el kilómetro 238 de la carretera de Valencia y volvíamos a Madrid. Leandro metió primera y reanudamos el viaje. El sol nos golpeaba en la frente y la cabellera teñida de rubia de Renata brillaba y le confería un aura especial, como de virgen inmaculada o de princesa rusa. Pero Renata era tailandesa y era poeta y además era puta.

En menos que canta un gallo César dio un salto al asiento trasero y se colocó al lado de Renata. Leandro se colocó las gafas de sol y redirigió el retrovisor interior sin dejar de apretar el acelerador. César y yo flanqueábamos a Renata. Ella nos acariciaba y se dejaba querer. ¿Quién eres? Preguntó entonces Leandro. Pero Renata no le hizo caso. ¿Cuántos años tienes? Renata sonreía y no contestaba. ¿De dónde eres? ¿Qué haces en España? ¿Por qué estabas haciendo autostop sola en el kilómetro 238 de la carretera de Valencia? Renata estaba apoyada en el pecho de César como si fuera una gata. Al mismo tiempo me cogía de la mano y la posaba sobre sus muslos. Eran tersos, los muslos de Renata, como los de un futbolista o una gimnasta adolescente. De pronto, sin previo aviso, como estaba acostumbrada a hacer, Renata salió de su mutismo. Tengo 25 años. Soy tailandesa. Llevo una semana dorándome al sol de levante. Y vosotros, amigos, ¿quiénes sois? ¿Qué queréis de mí? ¿Me vais a hacer el amor?, dijo Renata sin dejar de sonreír. Ninguno supimos qué contestar. Leandro conducía a 120 kilómetros por hora y Renata parecía más rápida que el viento. Cuando César le puso la mano sobre la entrepierna Renata dejó de sonreír. ¿Haces esto a menudo?, le pregunté yo mirándole a los ojos y acariciando uno de sus pechos con mi mano. Soy libre, susurró Renata, y despacio, sin brusquedad ninguna, apartó la mano de César de su pubis y la llevó a su pecho y la entrelazó con la mía. Mejor así, ¿verdad?, exclamó Renata, y lanzó una sonora y enigmática y quizá también aterradora carcajada. Leandro bajó la ventanilla y encendió un cigarrillo y el aire de Castilla enfrío nuestras manos. Renata se acurrucó entre César y yo y los tres seguimos acariciándonos sin decir una palabra, sin prisa, sin deseo. La excitación sexual dejó paso a la ternura que se convirtió en cordialidad que devino en extrañeza. Renata cerró los ojos y trató de dormir. César me miró con incredulidad. Leandro bajó el volumen de la radio. Y yo, incapaz de prolongar una erección expiatoria, cogí mi libro de Knut Hamsun y me puse a leer. Madrid nos sacaba aún más de cien kilómetros de ventaja. En un tramo del viaje Leandro se vio obligado a dar varios frenazos que interrumpieron el sueño de Renata. Entonces abrió los ojos, miró el libro que yo estaba leyendo y dijo: yo también tengo hambre. Eso dijo Renata, y acto seguido se volvió a dormir.

La última vez que vimos a Renata cruzaba medio desnuda la calle Alcalá a la altura de la plaza de Las Ventas. Acababa de salir de nuestro coche. No podría asegurarlo pero me atrevería a decir que Renata estaba feliz. Al menos había llegado a su destino. Se despidió de nosotros mientras agarraba su bolso con la boca. Ninguno entendimos sus últimas palabras.

El viaje, nuestro viaje, el primer viaje que hice en mi vida con los fundadores del Movimiento Plagiarista, Leandro Romaña y César Ruiz-Tagle, había sido un completo fracaso, pero entonces nos negamos a admitirlo. Leandro llevó el coche hasta la estación de Atocha y ahí nos apeamos. Virginie Ooy, entonces novia de César, nos esperaba allí. Estaba muy furiosa. Habíamos llegado con bastante retraso y Virginie es una mujer de carácter. Antes de separarnos César nos pidió que mantuviéramos en secreto nuestro encuentro con Renata. No entendí muy bien por qué, pero aún así di mi palabra. Entonces pensaba que la fortaleza de una amistad residía en la capacidad mutua para ocultar secretos. Ahora, varios años después de aquello y con otro mundo a mis espaldas, pienso que esta confesión mía es un síntoma evidente de mi lealtad.

¿Qué más puedo decir? Durante 238 kilómetros yo quise a Renata como a una hermanastra inocente y lujuriosa a partes iguales. ¿No me crees, verdad? Es igual. Yo quise a Renata porque Renata era libre. También era puta, es cierto. Era una puta joven e inconsciente que escribía versos en la piel de los conductores. Por esta razón, y por un instante, Renata fue mía, fue nuestra, sin intermediarios, sin transacciones, sin penetraciones. Renata fue un peldaño indispensable en la construcción de nuestro movimiento; una pieza dúctil, informe y tan pura y auténtica como el primer copo de nieve. Renata fue, ahora lo sé, ahora lo sabemos, la primera prueba de nuestra amistad. Y ahora está muerta.

Ignoro en qué circunstancias se encontraron Virginie Ooy y Renata Tarsio (su verdadero apellido nunca lo sabremos) en las calles estivales de París. Por mi parte, cuando Virginia me enseñó la foto de su último hallazgo literario, me puse a temblar y, balbuciente, le conté a Virginia nuestra particular aventura. Entonces supe su infausto y misterioso y acaso irremediable destino: Renata fue hallada muerta a consecuencia de un disparo en la cuneta de una carretera secundaria entre París y Lyon. Según me contó Virginia, Renata planeaba volver a España y desde allí viajar a Marruecos, a Senegal, a Guinea Ecuatorial, a Sudáfrica. Su intención era llegar a las Indias circunvalando el continente africano, como hicieron hace cinco siglos los marinos portugueses. Según tengo entendido, además, Renata y su pareja preparaban una traducción al francés de un cuaderno de bitácora birmano perteneciente a un posible antepasado de la poeta de los tiempos de la segunda invasión de Tailandia por las huestes birmanas. Pero Renata murió en los albores de tan megalómano periplo y el crimen y la traducción quedaron en suspenso. Esta pérdida irreparable ocurrió hace más de una década y todavía hoy hay voces que culpan del asesinato de la poeta al sempiterno compañero de viaje de Renata, el escritor vietnamita Kokoro Pattani (cuya obra más laureada, Gigi y el alcornoque, también está recogida en este libro). Otras versiones, entre ellas la enunciada por Virginie Ooy, compiladora insobornable de esta memorable antología, insinúan que es del todo probable que fuera ella misma, la vitalista y desquiciada Renata Tarsio, quien apretara en última instancia el gatillo. Sea como fuere, lo irrefutable es que Renata, la joven, atrevida y libérrima Renata Tarsio, practicó durante toda su vida una secreta afición por la literatura y una inmensa devoción por la poesía. La poesía, clamaba Renata, es un rebaño de ovejas en fila india a las puertas del cielo. La poesía, clamaba Renata, es un infierno con piscina, zonas verdes y aire acondicionado. La poesía, clamaba Renata, es una pistola cargada de diamantes. Como los que atravesaron su cráneo y su cabellera teñida de rubia.

La realidad, esa otra puta que no admite cheques ni concede segundas oportunidades, es que Renata Tarsio está muerta y que fue poeta antes que meretriz, o ambas cosas a la vez. Porque, tal vez, la literatura y la prostitución sólo sean dos nombres diferentes para designar el mismo pecado, a saber: la maldita y sicótica manía de luchar hasta la muerte contra los demonios que arrastra uno mismo en la diaria e interminable huída hacia lo desconocido. Y allí nos volveremos a encontrar, amiga Renata, y entonces te poseeré.

Eso es todo.

jueves

Binya Waru en el Jardín del Edén.

Esto es, en efecto, otro relato birmano. César y yo creímos conocer a Binya Waru (su autor) en Bagan, mientras intentábamos ver sus ancestrales pagodas, o lo que se vislumbra de ellas, después de las chapuceras "restauraciones" que está llevando a cabo la Junta. César señaló a un hombre sentado en un escalón de piedra que mascaba betel con aire ausente. "Es él", dijo. El hombre tenía la piel mugrienta y quemada por el sol. "Es Binya Waru", dijo. "A mí me parece un mendigo" dije yo. "No, es él". Nos acercamos. César intentó hablar con él durante unos minutos en su retorcido birmano. Le explicamos que le habíamos reconocido por la foto que aparecía en el libro de Ooy. Le llamamos maestro, le preguntamos por el resto de sus obras. Él nos miraba con un gesto de extrañeza y respondía a todo con gruñidos. Le invitamos a venir con nosotros, le hablamos de contratos con editoriales europeas. Nada. El supuesto Waru seguía sentado con su gesto escéptico, su piel reseca y sus dientes rojos. Cuando nos íbamos nos llamó de lejos. Escupió, sonrió, levantó su dedo índice hacia el cielo y mirándonos como si fuéramos un barco de papel a la deriva se despidió con el siguiente proverbio birmano:

"Puedes llegar a ser un dios, si te empeñas".

Nos dimos la vuelta y nos fuimos. "No creo que fuera Binya Waru" dijo César mientras bajábamos las escaleras.





"Los Karaweik vuelan al atardecer"






Y Dios plantó un huerto en Edén,

al oriente; y puso ahí al hombre

que había formado.

Génesis 2:8




H yace en la cama, la habitación está en penumbra y sólo se escucha el zumbido del ventilador. Se podría decir, sin exagerar, que nunca en su vida ha pasado tanto calor. H gira sobre la cama y busca un paquete de cigarrillos sobre la mesilla. Lentamente se gira hasta quedar otra vez en posición horizontal, saca un cigarrillo del paquete y lo enciende. Después se queda mirando cómo el ventilador deshace las volutas de humo que suben hacia el techo. El sudor humedece su frente, H piensa si estará enfermo. Pronto habrá una tormenta, piensa. Llaman a la puerta. Una voz enérgica grita su nombre al otro lado. H se incorpora de la cama y se dirige hacia la puerta que abre con desgana.

¿Es usted H?

H se desconcierta un par de segundos al escuchar su nombre, se siente un hombre acabado, es delgado, muy delgado, lleva una camiseta interior de algodón amarillenta pegada a la piel y sigue sudando, lleva varios días sin afeitarse y algunos mechones de su pelo sucio y descuidado caen pegados a su frente casi hasta sus ojos rasgados.

Sí, soy yo, responde finalmente. En la penumbra del pasillo ve las figuras de dos personas, un oficial de la policía birmana y un hombre blanco de gesto serio que le mira como si quisiera ver el interior de su cráneo.

Soy el Teniente J y éste hombre es el señor S, representante del gobierno Británico.

¿Qué desean?

Nos gustaría hablar con usted acerca del señor W. Dice el Teniente.

Tengo entendido que ustedes eran amigos. Dice el señor S.

Pasen por favor. H conduce a los dos hombres al interior de su casa obviando la afirmación de S.

Siéntense, les puedo ofrecer un té si lo desean, dice H mientras piensa repentinamente que quizás no tenga té para todos.

No es necesario, muchas gracias.

S se sienta en una silla de espaldas a la ventana. J se queda de pie junto a la mesa mientras H pone a calentar agua.

¿Cúanto tiempo hace que no ve a W?

H mira hacia arriba, ladea un poco la cabeza y después mira a S.

Hace aproximadamente unos cinco meses.

H enciende otro cigarrillo y se sienta a la mesa. J se sienta frente a él, S acerca su silla a la cabecera de la mesa, a la izquierda de J.

¿Trabajaba usted con W, verdad? pregunta J.

Trabajábamos juntos, en el periódico.

Tenemos entendido que es usted fotógrafo señor H. Dice S mientras echa un rápido vistazo a la habitación en cuyas paredes sólo hay colgada una fotografía, una fotografía bastante vieja en la que aparecen un hombre y una mujer sonrientes.

Sí, soy fotógrafo. Acompañaba a W cada vez que le encargaban cubrir una noticia desde Londres.

S carraspea y se inclina ligeramente sobre la mesa, entrelaza sus manos, carraspea de nuevo.

¿Conoce usted el paradero actual de W? pregunta.

No, francamente, pensé que ustedes tendrían más información al respecto, hace meses que no sé nada de él.

J y S se miran.

¿Nos podría decir desde dónde llegaron las últimas noticias que conoce usted? pregunta S.

Lo último que sé es que estaba realizando una investigación en el estado de Shan.

S carraspea de nuevo y pregunta ¿una investigación para el periódico?

No, como imagino que sabrán ustedes W dejó de trabajar poco antes de desaparecer. Es una investigación por su cuenta.

J frunce el ceño y la sospecha se dibuja en su cara. ¿Estaba el señor W interesado en las cuestiones políticas locales de la región de Shan?.

No, no creo que estuviera interesado en las cuestiones políticas de ningún lugar del mundo. Sus intereses eran más bien, digamos, arqueológicos.

Explíquese, por favor. Dice J.

H se levanta y retira la tetera del fuego. Bueno, dice H, supongo que conocen la historia de Hunningam Liflicus.

J entorna los ojos y hace un ademán de protesta.

El señor Liflicus fue un famoso etnólogo escocés que llegó a Birmania a finales del siglo XIX, llevó a cabo varias expediciones adentrándose en las regiones selváticas de Shan. La última expedición nunca regresó. Interviene S después de los apropiados carraspeos.

Sí, dice H volviendo a la mesa con una taza de té, pero según dice la leyenda el señor Liflicus estaba buscando algo en concreto. Me imagino, señor S, que estará al tanto de ello.

S arquea las cejas, ¿No se creerá usted esas absurdas historias, verdad?

H se encoge de hombros. Las leyendas son leyendas, dice, pero debe reconocer usted que ésta tiene un atractivo especial.

J visiblemente impaciente mira alternativamente a H y a S. ¿Se puede saber de qué están hablando?.

Verá, carraspea S, según se dice, el señor Liflicus dedicó gran parte de su vida a intentar descubrir el paradero del, en fin, Jardín del Edén. Cuando termina de hablar S dibuja media sonrisa en su boca que pone los pelos de punta a H.

J, ahora visiblemente confuso titubea ¿eh, el Jardín del Edén?.

Sí, responde H desviando su mirada de la sonrisa de S, el Jardín del Edén, el Paraíso Terrenal, el Shambala...

Verá Teniente, dice S, la Biblia dice que Dios plantó un huerto en Edén, al este, en el que puso al hombre. En el Edén el hombre y la mujer eran felices, podían disfrutar y alimentarse de todo lo que vivía y se movía, pero les prohibió comer de los frutos de los árboles de la ciencia y de la vida. Pero la mujer, engañada por una serpiente, convenció al hombre para que comiera del fruto del árbol de la ciencia. Al enterarse Dios de lo sucedido expulsó al hombre y a la mujer del jardín del Edén y para que no volvieran a entrar puso a varios querubines custodiando su entrada con una espada de fuego.

Y según Liflicus ¿ese lugar se encontraba en la región de Shan? pregunta J incrédulo.

Bueno, al parecer Liflicus encontró un mito común entre las diversas tribus de la jungla. Un mito, por otro lado, muy sugerente. H sonríe hacia las cejas continuamente arqueadas de S mientras sorbe un poquito de té. Se trata, continúa H, de un lugar atravesando lo más denso de la jungla desde el que parte una estrecha senda entre las montañas y, según el mito, al atravesarlas se encuentra un lugar paradisíaco poblado por una tribu formada por hombres altísimos de cabellera blanca. En este lugar el tiempo no existe y siempre brilla una luz dorada como en un continuo amanecer. Los animales no huyen de los hombres, no existen el dolor ni el sufrimiento, tan sólo la paz y el placer. En fin, dice H borrando de un plumazo su sonrisa y bebiendo otro sorbo de té, supongo que Liflicus pensó que merecía la pena comprobar si la historia era cierta.

Los ojos de S relampaguean mientras que J hace ya un buen rato que piensa si realmente merece la pena estar allí.

Supongo que el señor W quiso comprobar por sí mismo si Liflicus encontró el paraíso perdido, dice S amagando con atacar otra vez a H con su media sonrisa.

J no aguanta más y se pone en pie bruscamente.

¡Señor H! ¡Debe usted pensar que somos gilipollas!

H pega un respingo mientras S mantiene desafiante su sonrisa incandescente. ¿Se cree que no sabemos que W simpatizaba con los independentistas de Shan? ¿Se cree que no sabemos que hizo una brillante carrera militar durante la guerra? dice J mientras agita violentamente su puño derecho.

Señor H, dice S muy lentamente, creemos que W está formando y adiestrando un pequeño ejército en el interior de la jungla. Como comprenderá cualquier información que podamos obtener al respecto será muy apreciada por nuestros gobiernos.

Verán caballeros, dice H después de respirar muy lentamente, me temo que no era tan amigo de W como ustedes sospechan. Me enteré de que W había abandonado el trabajo cuando dejó de aparecer en la redacción. Respecto a sus intenciones, aquí H vuelve a hacer una pausa, lo único que sé es que estaba obsesionado con la historia de Liflicus. Más allá de eso... H mira fijamente a los ojos a J y después a S y se encoge de hombros.

J apoya sus manos en la mesa y se inclina hacia delante hasta que su nariz queda a menos de diez centímetros de la de H. Gruesas gotas de sudor recorren su frente y sus mejillas.

Atraparemos a W, señor H, le atraparemos a él y le atraparemos a usted.

S se levanta de la silla sin dejar de mirar a H en ningún momento esbozando, esta vez, una amplia sonrisa, que es más estremecedora aún que la anterior.

Ha sido un placer conocerle señor H, dice lacónicamente. Después ambos se marchan. H se acerca hasta la puerta y escucha sus pasos alejarse por el pasillo. Después permanece unos minutos junto a la puerta escuchando el silencio, los ruidos de la calle.


Vuelve al salón y comprueba que el té se ha enfriado. Pone a calentar agua de nuevo y se acerca a la ventana. Una fila de monjes budistas recorre la calle, la gente sale de sus casas llevando comida y dinero para dárselo a los monjes. H abre la ventana y nota que se está levantando un viento húmedo. Piensa en huir de la ciudad, después piensa en huir del país, después piensa en quemar las cartas cifradas que le envía W desde Shan y que esconde en un falso suelo debajo de su cama. Después piensa que quizás nada de eso importe y enciende un cigarrillo. El agua empieza a hervir, la tetera pita. La tormenta estalla y cierra la ventana.


W está oculto tras un enorme árbol de betel aturdido y herido. Todavía no sabe lo que ha pasado. Mira a la derecha mientras sujeta su fusil y ve los cuerpos de sus cinco compañeros mutilados y semicalcinados. W comprende que va a morir. Sabe que sea lo que sea lo que ha acabado con su expedición se abalanzará de un momento a otro sobre él y decide mirar a la muerte de frente. De un salto sale de su escondite y da media vuelta. Frente a él ve un estrecho desfiladero de unos 60 metros de largo que acaba en un valle cubierto por un pasto verde y tupido poblado por aves multicolores. Un poco más lejos un hombre pelirrojo que lleva una larga barba y gafas redondas le mira con tristeza. Detrás de él todo está bañado por una luz cálida y dorada. Después el fuego lo envuelve todo.



Binya Waru



El Pájaro y el Dragón

POST EN OBRAS:
Estamos trabajando para rescatar del olvido la literatura del inolvidable Reino de Bhutan.
Esta historia está siendo construida y restaurada permanentemente.
Perdonen las molestias.
Fecha prevista para el fin de las obras: 2666.



1.

El jueves 6 de noviembre del año 2008, el joven Jigme Khesar Namgyed Wangchuck, de 28 años de edad, recibió de manos de su padre la tradicional e indeleble corona con forma de cuervo en el salón del Trono del Palacio de Tashichhodzong. Inmediatamente después de este gesto, culminación de los fastos celebrados en olor de multitudes en la ciudad de Thimbú, J.K.N.W. se convirtió en el nuevo Rey de Bhután, una nación pequeña y montañosa situada al sur de Asia, entre los últimos dominios de la India y los primeros truenos de China. A ninguno de los allí presentes parecía importarle entonces que el quinto monarca de su territorio fuera un hombre con cara de niño y cabeza de pájaro.

2.

Todos asumieron rápidamente que el Príncipe recién coronado había desarrollado aquellos nuevos rasgos durante los casi dos años que transcurrieron desde la abdicación de su padre, el Rey Jigme Singye Wangchuck, hasta su coronación a las 8 horas y 31 minutos del citado día (profetizado por los astrólogos de la Casa Real como el más propicio para el inicio del nuevo mandato). Todos aquellos que participaron junto con su nuevo monarca de los tradicionales juegos y danzas que se prodigaron durante los tres días de celebración nacional, no dudaron ni por un momento que la muestra más sincera y emotiva de amor y entrega absoluta por su patria y sus ciudadanos que el nuevo Rey del Dragón podría brindarles era su propia metamorfosis, conseguida mediante quién sabe qué despiadadas jornadas de meditación y ayuno. “La Tierra del Dragón de Truenos” iba a ser gobernada por un auténtico Dragón Rey o Rey Dragón.

3.

"El demonio, la mandrágora y el encantador de serpientes deben saber que, desde este día y hasta la eternidad, no serán bien recibidos en los dominios del Dragón", sentenció el joven monarca. A miles de millones de kilómetros de allí, en una cuna hecha de madera y esparto, un niño arrancaba a llorar, por primera y última vez en su vida. El aire de la lejanía trajo rumores y lamentos. Una muchacha joven inició un débil llanto. Una nube espesó la claridad. El canto de un pájaro (otro), un destello, y la joven se desmaya. La gente se alarma. La mujer que yace en el suelo es Priyanka, la hija de Sonia Gandhi. Priyanka es una mujer misteriosa, de una hermosura dolorosa y también ingenua. En India, son muchos los que le atribuyen poderes mágicos, sobrenaturales. También hay personas que se han atrevido a afirmar que sus artes son satánicas. Pero de esta infamia nada más se sabe porque todas esas personas han desaparecido o están muertas.

4.

"No me malinterpreten, no quiero decir que yo viera algo de eso, algo, ya saben. Yo nunca he creído en esas cosas. Además, soy occidental, quiero decir, no crean que soy una persona prejuiciosa, pero sí que soy escéptico, es natural. Pero llevo muchos años aquí también, y nunca había visto, es decir, tampoco es que viera gran cosa. Es distinto cuando estás allí, en Assam, con toda esa gente que no te entiende, a la que no entiendes. Allí todo parece posible, ves que alguien se mete en la selva y no vuelve, luego los trabajadores de las plantaciones de té de repente... bueno, enferman. Y no es lo que cualquiera podría pensar, porque todo el mundo puede caer enfermo ¿verdad?. Pero tú estás allí y te dicen cosas, y ves a la gente que habla de esta o aquella familia y ves que les empiezan a pasar cosas y ves que de repente la mujer o la hija han desaparecido, que el padre no ha ido a trabajar, que otros tres trabajadores han caído enfermos. Yo no puedo decir, nunca podré decir que todo aquello fuera culpa de la brujería, yo no creo en esas cosas, no me malinterpreten, no intento justificar lo que pasó, a mí todos esos linchamientos me siguen pareciendo algo terrible, pero yo estuve allí, y vi la desesperación en los ojos de aquella gente. Entiéndanlo, yo mismo pasé miedo, yo dudé, imaginen ellos, imagínense ustedes en esa situación ¿qué habrían hecho?"

5.

Los árboles son tan altos que no dejan ver el bosque. La Luna es tan hermosa porque nunca da la otra cara. Raimundo Seurat, varón, 54 años, extremeño, crítico de arte y el único Consejero Real extranjero en la historia de Bhután, está preso en la cárcel de Timbu, la capital del reino, por un delito inexistente y sin embargo punible: Raimundo Seurat es homosexual. ¿Acaso no se habían dado cuenta? Raimundo lleva más de seis meses encerrado en esa prisión. Nadie duda, mejor dicho, yo no dudo de la bondad de Raimundo, ni de su valentía ni mucho menos de su honestidad. Es del todo probable que Raimundo Seurat esté ahora entre rejas por llevar al extremo el significado de dichas cualidades. ¿Quién, si no Raimundo, se atrevería a hablar de Brujería? ¿Quién, si no él, mencionaría sin más ni más la existencia de enfermedades desconocidas? Él, sólo él, nadie más que él. Porque Raimundo Seurat está enfermo, está débil de ánimo y de espíritu, el alma encogida le cabría en un puño. Y también, ahora lo sé, está definitivamente loco. ¿Acaso no se habían dado cuenta? Es tan duro reconocerlo... ¡Pero es la verdad! ¿Que por qué lo sé? Es muy fácil. Es rematadamente fácil. Yo soy Raimundo Seurat. Ahora despréciame.

6. En el Palacio Real el joven rey Wangchuck mira a través de la ventana del ala oeste. El sol se pone un día más en su reino y no es feliz. Recuerda a su padre en la sede de la Organización de las Naciones Unidas hablando de la Felicidad Interior Bruta como mayor patrimonio de su pequeño país y se pregunta cómo puede ser él el hombre más pobre del reino. Cuando el sol se pone los sirvientes del palacio cierran todas las puertas del ala oeste. Todas menos una. Cuando el último rayo de luz ha desaparecido y sólo se ve ya un punto verdoso en el horizonte todas las puertas están cerradas menos una. Pero nadie va a entrar. Nadie entra por esa puerta desde hace meses. El rey apoya sus manos en el marco de la ventana y mira hacia abajo. En el nítido borde de las montañas ahora oscuras reverberan aún los colores rojizos y anaranjados del cielo. Un poco más arriba unas enormes y pesadas nubes púrpura oscuro amenazan con desgarrarse en cualquier momento y derramar oscuridad sobre todos nosotros para siempre. Sin embargo las nubes siguen conservando la misma densidad rocosa hasta que anochece por completo. Wangchuck levanta la cabeza y mira a su izquierda, hacia la puerta que comunica el salón del trono con las dependencias del Consejero Real. La puerta abierta por la que no ha entrado nadie desde que mandó encarcelar a Raimundo Seurat, la única persona de la que ha estado enamorado nunca. Wangchuck vuelve a escrutar la oscuridad de la noche. Las débiles luces de la ciudad comienzan a encenderse. Las estrellas que presagian oscuros designios brillan con una fuerza insultante. El rey Dragón despliega sus alas, yergue su columna vertebral, suspira, toma impulso y alza el vuelo.

lunes

De Vila-Matas hacia Enrique y viceversa

Para algunos es un referente. Para otros, un escritor demasiado reconocido. La vida y la obra del escritor Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) transitan sin solución de continuidad de la ficción a la realidad y de ambas a la literatura. Seix Barral acaba de publicar Dublinesca, su última novela, donde un editor retirado y obsesionado con el Ulises de Joyce viaja a Dublín para celebrar el fin de la Era Gutemberg. Y por este y otros motivos nosotros viajamos de Vila-Matas hacia Enrique y viceversa.

Entrevista realizada por Juan Soto Ivars y César Ruiz-Tagle en el Hotel de las letras de Madrid el 17 de marzo del año 2010.

Son las cuatro de la tarde. Es la hora de la entrevista y Enrique Vila-Matas ha desaparecido, como suele hacer en sus novelas. No está por ningún lado. Hasta cierto punto es normal. Los entrevistados y las mujeres hermosas siempre se hacen esperar. Una compañera de otro medio también espera al escritor. Ella está esperando a Vila-Matas. Nosotros esperamos a Enrique. Por eso hemos venido al Hotel de Las Letras de Madrid. Para conocerle. Para reconocerle. Ahora bien, ¿cuál es la mejor manera de empezar esta entrevista?

Lo hemos pensado mucho. De entrada, queremos explicarle a Enrique que hemos preparado a conciencia este encuentro, que hemos escrito una tanda de preguntas y contrapreguntas y que por eso hemos acudido dos jóvenes escritores ataviados con el uniforme de periodistas para hacer esta entrevista. Nos giramos y Vila-Matas estaba ahí, sentado en otra mesa, charlando con una mujer hermosa, como si él también acabara de escaparse de un sueño o de una ficción. Ellos dos se despiden, nosotros tres nos presentamos. Le decimos: buenas tardes, Enrique. Queremos explicarle que… Pero Vila-Matas interrumpe nuestras palabras y, como no podía ser de otra forma, se convierte en el entrevistador.

“Una vez fui a entrevistar a Dalí a su casa y me preguntó: “¿Tienes las preguntas escritas?” Sí, respondí. Eran preguntas muy complicadas porque había estado toda la semana preparando la entrevista. En algunos medios se decía que Dalí era un payaso, un showman, pero yo sabía que él había leído a Freud, a Lacan, y que era un hombre de cultura. “Déjame ver”, dijo Dalí. Le enseñé mis preguntas. Las leyó y dijo: “Está bien, pero yo podré contestar lo que quiera ¿no?” Y yo le dije: claro.” Se hace un silencio que sobrellevamos como podemos hasta que Vila-Matas añade: “Bueno, esta es una buena manera de empezar, ¿no?” Por supuesto, le respondemos. Esto era precisamente lo que estábamos esperando.

Inteligente y distante

Enrique Vila-Matas es un hombre que ha dedicado su vida a la literatura. Empezó siendo un escritor minoritario y poco a poco invadió espacios propios y ajenos hasta obtener el reconocimiento del que goza en la actualidad. Gracias a libros inclasificables como Bartleby y compañía, y a novelas híbridas y personalísimas como Dietario Voluble, Vila-Matas ha dado forma a una obra original, verdaderamente inteligente, pero también, por qué no decirlo, complicada y distante. Como parece ser su autor.

Es cierto que son miles los lectores que le admiran. Vila-Matas ha sido consagrado por la crítica literaria como un escritor de referencia. Como prueba de ello, en la última década Vila-Matas ha obtenido una docena de premios literarios, entre ellos algunos de los más prestigiosos, como el Premio Internacional Rómulo Gallegos y el Prix Médicis. Es evidente que la utilización por parte de tantos escritores jóvenes, desde Alberto Olmos al tándem formado por Agustín Fernández Mallo y Manuel Vilas, de recursos narrativos como la metaliteratura, la autorreferencia o la escritura fragmentaria, es una muestra más de la influencia ejercida por este escritor genial e inclasificable.

No es menos cierto, asimismo, que la literatura como trama de la literatura que Vila-Matas practica hasta agotar todas las posibilidades también genera cierta indiferencia. No es nuestro caso, pero sí es nuestro deber recordárselo al entrevistado. Aunque quizá no sea la mejor manera de proseguir con la entrevista, le decimos a Enrique que su obra divide a los lectores. “Es normal –acepta.- Ahora está bien visto acercarse a la cultura sólo para entretenerse. Yo hablo a un lector que es cómplice del escritor, y que complementa el libro a su manera”.

Volvemos a la novela, a Dublinesca. “Hace dos años estuve en Dublín y aquel momento coincidió con una relectura del Ulises. Entonces me concentré en el sexto capítulo, el viaje al cementerio, y fui hasta ese lugar”. Con Enrique fueron algunos amigos escritores y ese viaje y esa visita fueron trasladados a la novela. El protagonista de Dublinesca es Samuel Riba, “el último editor literario”, un hombre obsesionado con el fin de la era Gutemberg, por un lado, y con el fin de su vida, por el otro. Y aquí es cuando volvemos a Joyce. Adentrarse en la obra cumbre del irlandés para relacionarla con la finitud parece algo razonable. “Ulises es un universo de libertad y si uno entra descubre que es infinito”. La novela, además, habla de la vejez y de la amistad, y se centra en algunas experiencias personales que ha vivido el autor. Porque Enrique es (y a la vez no es) el protagonista de todas las novelas de Vila-Matas.

“Es verdad -reconoce el escritor.- Este personaje se parece mucho a mí. Mira la realidad desde un punto de vista literario”. Eso es incuestionable, nos atrevemos a decirle. “Mis historias surgen de lo que he leído y de cómo lo relaciono con lo que veo”. Entonces Enrique agarra una botella de agua que hay sobre la mesa y nos cuenta: “Yo construyo las historias a partir de asociaciones culturales. Asocio esta botella con la de Bousell, que era especialista en leer las etiquetas de las botellas, y me acuerdo de que hay etiquetas de Vichy, que es la ciudad donde nació Larbaud, y como Larbaud tradujo el Ulises pienso que esta botella está relacionada con Joyce, y que de una botella así pudo beber Molly Bloom en el capítulo séptimo. Y así, mirando esta botella, a lo mejor escribo un cuento sobre Molly Bloom.”

Auténtico y natural
Aprovechamos la expectación creada en el lector para hojear de nuevo nuestras preguntas. Invadimos el reportaje, igual que Vila-Matas invade la realidad de sus libros y se apropia de otras ficciones hasta hacerlas suyas. “Es totalmente auténtico y natural. Cuando cuento lo que me pasa, aunque no me haya pasado nada, yo lo cuento como pienso que me pasa”, reflexiona el autor de El mal de Montano. Visto así, el impulso de la escritura bien podría ser una patología que aún no ha recibido un nombre. Y aquí es donde aparece el chileno Roberto Bolaño, quien asociaba con frecuencia la literatura con la enfermedad. Él y Enrique fueron amigos. “Bolaño y yo compartíamos una visión del mundo metida dentro de la literatura. Pero no creo que el escritor sea un enfermo. Me parece más rara la gente que colecciona sellos o que ve las carreras de Fórmula 1”. Sonreímos. No se nos ocurre preguntarle cuántas carreras de Fórmula 1 ha visto. Sigue hablando. “Igual hay una parte de la humanidad para la que los escritores estamos locos, sí. Bueno, es discutible. Yo he sido fundamentalmente un hombre de cultura. Lo que sirve como normalidad para mí quizás no sirve para otros” consiente Enrique.

Justo cuando una editora nos anuncia que nos quedan cinco minutos para terminar esta entrevista, Enrique distingue dos categorías de escritores: “los que están dispuestos a jugarse la vida por lo que escriben, y los otros.” Recordamos a Mario Levrero, otro indudable referente para los escritores de hoy, aunque no tanto para los lectores. Y Enrique se posiciona: “2666, de Bolaño, y La novela luminosa, de Levrero, son los dos libros por donde deberían transitar los caminos en este siglo. Los dos defienden, igual que yo, que la novela y el ensayo deben reunirse porque el ensayo conduce al pensamiento y la novela es mejor si tiene pensamiento detrás”. Movemos la cabeza afirmativamente. Un instante después, Vila-Matas lamenta que “las cosas no irán por ahí. Según parece, la gente prefiere las novelas de Ruiz Zafón”.

El camino está cortado. El viaje ha llegado a su fin, a otro. Enrique sigue aquí, pero Vila-Matas tiene que huir de estas páginas para reaparecer en otro lugar. La editora jefe casi le obliga a levantarse porque él sigue sentado, charlando con una mujer hermosa. Antes de verle desaparecer definitivamente le hacemos una última pregunta. Enrique está de pie. Nosotros también. De alguna manera indefinible, los tres hemos trascendido la realidad y el texto y ahora estamos iniciando un extraño viaje al otro lado del espejo. Allá vamos. ¿Qué es lo que tienen que hacer los jóvenes escritores?, le preguntamos. Y mientras Enrique se despide de nosotros, Vila-Matas sentencia: “Los jóvenes escritores tienen que escribir y punto”. Y nosotros escribimos. Y punto.

sábado

Birmania no existe

Escena familiar
Autor: K. Puu

Traductor: César Ruiz-Tagle

Yo era un niño, ni mejor ni peor que los demás, aunque fuera un niño pobre y analfabeto.

Es sábado. Estoy en mitad de la calle. Hace calor. Juego con un palo y una piedra. Tengo 12 años. Soy un niño. Soy feliz.

Mi amigo Meyn Ro y yo pasábamos muchas horas juntos. Por alguna razón que entonces desconocía era yo quien le iba a buscar a casa, y siempre me hacía esperar. No me quejaba. Me resultaba divertido, hasta diría que me hacía sentir importante. La verdadera razón, sin embargo, era otra.

Hace mucho calor. Llevo puesto un pantalón y una camisa. No paro de correr. No paro de sudar. Me canso de correr. No puedo esperar más. Grito. ¡Meyn Ro!

Meyn Ro era un niño especial: sabía leer, y además era rico. Nos habíamos hecho amigos por casualidad, como ocurre con todos los buenos amigos. Su padre era un oficiante religioso de la pagoda de Rangún. Se decía que era un hombre poderoso e influyente. Su madre era extranjera. De ella se decía que era la mujer más hermosa de Birmania, y la más singular. De piel blanquísima y cabellos dorados, representaba el exotismo, la pureza y la sensualidad femenina que caracterizaba a las actrices del cine americano. Yo no podía saberlo porque nunca había estado en el cine ni había visto una película, ni americana ni china ni checoslovaca. Aquel sábado a mediodía estaba muy nervioso porque Meyn Ro me había prometido que su madre nos llevaría a la ciudad para darnos una sorpresa.

Estoy nervioso. Estoy muy nervioso. Meyn Ro no aparece por ningún lado. Me entretengo lanzando piedras. Me canso de lanzar piedras. Entro sin avisar en la casa de Meyn Ro.

Yo era pobre. ¿Os lo he dicho ya? Vivía con toda mi familia en un pequeño hogar de una pequeña aldea. Apenas sabía que se podía vivir de otra manera. Sabía, eso sí, que el barrio de Meyn Ro era distinto, que Meyn Ro era distinto. Había algo en su manera de mirar que me hacía pensar que él y yo éramos habitantes de dos mundos antagónicos. En eso pensaba mientras cruzaba un largo pasillo flanqueado por varias puertas a ambos lados de la pared. De una de las puertas surgió una silueta, una figura. Una mujer.

Está desnuda. Está caminando. Se acerca hacia mí. Se detiene. Dice algo que no soy capaz de entender. Yo no digo nada. No reacciono. Ella no utiliza las manos para taparse. Me deja mirarla. Es la primera vez en toda mi vida que contemplo a una mujer desnuda. Después de un tiempo indefinido y agotador, la madre de Meyn Ro se da la vuelta con calma y empieza a caminar. Salgo a la calle. Hace mucho calor. Soy un hombre. ¿Soy un hombre? Soy infeliz.

Salí corriendo sin mirar atrás. No sabía qué otra cosa podía hacer. Oí los gritos de mi amigo Meyn Ro, como un eco lejano y misterioso que me llamara hacia sí: ¡No tengas miedo!, gritaba mi amigo: ¡Sólo es una película! Seguí corriendo. Como era de esperar, él y yo nunca nos volvimos a ver.

Llego a casa jadeante. Mi madre no me pregunta qué hago aquí, por qué no estoy en la ciudad con Meyn Ro y su madre. Mi padre no está. Mis hermanos mayores tampoco. Llévate a Shun al río y lavaros los dos, dice mi madre.

Muchos años después, en Berlín, entré por primera vez en un cine. Entré solo. Estaba oscuro y no parecía que hubiera mucha gente. Me senté en una de las últimas filas. En la pantalla había varias mujeres desnudas agasajando a un hombre. El hombre era blanco. Las mujeres que le agasajaban no se parecían en nada a la madre de Meyn Ro. Un hombre se acercó a mí y sin mediar palabra me desabrochó el pantalón. Cuando salí del cine me encontraba mejor, tranquilo, ni siquiera confuso, pero tenía la incómoda sensación de haberme perdido la parte más importante de la película.

Shun es mi hermano pequeño. ¿Dónde está papá? ¿Dónde están mis hermanos? Mi madre no me contesta. Iros al río, sentencia. Agarro a Shun de la mano y empezamos a caminar. Llegamos a la ribera del río Yangon. Nos desnudamos. Nos metemos en el agua. ¿Qué haces?, me pregunta mi hermanito mientras me acaricio la entrepierna. No tengas miedo, le digo. Sólo es una película.


***

Nota del autor.

Los escritores plagiaristas me han pedido que me presente al lector, que diga quién soy. Bien. Soy K. Puu. Hace años hubiera podido decir: Soy birmano. Soy escritor. Soy homosexual. Soy un genio. Pero hace décadas que no escribo una sola línea. El año que escribí este relato yo estaba en Berlín Oeste viendo cómo la realidad se hacía pedazos como si fuera de cartón. Era 1989. 20 años después, en un balneario situado a las afueras de Munich, conocí a Virginie Ooy. Ella fue quien me puso en contacto con los escritores plagiaristas Leandro Romaña y César Ruiz-Tagle, y el más larguirucho de ellos fue el primer ser humano que me llamó maestro. Ahora sé que la historia no es otra cosa que una broma muy seria, una sofisticada y ridícula concatenación de azares entre cuyos vericuetos y resabios se forja nuestro destino.

La verdad, la Verdad, es que no sé quién soy. Puedo decir que a los 39 años conocí a una mujer maravillosa con quien perdí la virginidad heterosexual una noche de luna nueva en una pensión de Berlín. Berlín es Europa, es una herida abierta y a la vez cerrada, pero eso es otra historia. Aquella mujer era rumana y ella y yo vivimos enamorados el uno del otro durante 11 años más. Luego ella murió y yo no supe qué hacer. Quise volver a mi país pero hacía tiempo que Birmania había desaparecido. Las autoridades de Myanmar me denegaron la entrada así que rechacé mi nacionalidad y me convertí en ciudadano alemán. El último libro que he leído es Autorretrato de Edouard Levé. Después de eso he intentado quitarme la vida dos veces. No soy lo suficientemente valiente. No soy escritor. Tampoco soy un genio. Más bien soy un miserable. No escribiré un cuento nunca más. El plagiarismo es como un hotel de 5 estrellas en el que uno se puede quedar a vivir porque es tan barato como una pensión de mala muerte. Pero a mí no me gusta vivir en los hoteles.

Por lo demás, la lectura es una pérdida de tiempo. Óyeme bien, lector, ponte un buen abrigo y sal ahí fuera y súbete al primer tren que llegue a la estación y déjame en paz. No mires atrás porque yo no estaré allí. No habrá nadie. Ese ruido, ¿lo oyes?, significa que estás solo. En algún lugar hay una chica esperándote así que ve hacia ella y háblale de aquellos maravillosos años y a mí déjame morir en paz. Virginie Ooy, por ejemplo, es una buena chica, inteligente, amable, discreta y con un buen par de tetas. El plagiarismo es un tren que siempre está a punto de llegar. El plagiarismo va a llegar. Birmania no existe. Viva Birmania.

jueves

Leandro Rodríguez, autor del Quijote.

Pierre Menard es sanabrés y profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Ginebra. Pierre Menard es Leandro Rodríguez, es profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Ginebra y es sanabrés. Pero vayamos por partes.


Hace aproximadamente sesenta años Leandro Rodríguez, supongo, se pasearía por los escarpados caminos de la comarca de Sanabria, contemplaría ese paisaje que siempre ha sido fronterizo, hablaría con sus paisanos de Trefacio, San Juan de la Cuesta, Valdespino, Ribadelago, Paramio o Cervantes donde hay una antigua casona medio devorada por la maleza y los líquenes conocida desde tiempos inmemoriales como la casa del escritor. No es difícil imaginar al espíritu inmortal y eterno de Pierre Menard paseándose también por aquellos caminos, cerca, muy cerca de Leandro, mostrándole lugares conocidísimos pero secretos, diciéndole una y otra vez que no, que su libro favorito no se lee así, no se escribió así y no se lee así.


Pero Leandro necesita saber, su espíritu de jurista no le deja conformarse con sospechas, rumores o leyendas y comienza a investigar. Y la investigación le lleva a recorrer durante más de cincuenta años los archivos de ciudades como Londres, Ginebra, Roma y Nápoles, para finalmente verificar aquellas sospechas, aquellos rumores, aquellas leyendas.


Sin dejar nunca de lado su labor investigadora, el profesor Leandro Rodríguez comienza a publicar libros como “Cervantes en Sanabria. Ruta de Don Quijote de la Mancha” (Semuret, 2004) y “Léxico en el Don Quijote de la Mancha y Cervantes en Sanabria” (Semuret, 2004). Un año más tarde, en 2005 el profesor publica su obra definitiva “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes Saavedra, edición especial (Semuret, 2005) en la que Leandro, ya Leandro Menard, o Pierre Rodríguez (porque a partir de este momento se hace imposible separar a uno de otro) sigue la edición de 1608 de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” y la edición de 1615 de “El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha” demostrando a través de su introducción y sus notas a pie de página sus tesis a cerca de Cervantes y Don Quijote, el león manchado.


Hace apenas unos meses la editorial Semuret editaba una segunda edición especial de “Don Quijote de la Mancha” presentada en Zamora en una rueda de prensa. En ésta el propio Leandro explicaba que en la edición especial de 2005 se basó en la tercera edición de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, de 1608 que “se cotejó con la primera edición de la obra, que no viene transcrita. Cervantes, muchas veces, no pone puntos ni comas y los editores corrigen, incluso, en ocasiones, las palabras. Pero no es necesario corregir ninguna palabra del Quijote para que la frase sea clara; lo que hace falta es tener tiempo para puntualizar bien y que la frase sea correcta” después añade: “Yo he hecho una edición sin cambiar ni una sola palabra; sólo la he puntualizado”.


Antes, mucho antes, el profesor ya había expuesto lo esencial de sus postulados en el “I Congreso Internacional sobre Don Quijote de la Mancha” celebrado en Alcalá de Henares. A continuación transcribo parte de la ponencia del profesor Leandro Rodríguez tal como aparece en las actas del congreso:


CIRCUNSTANCIA


Unos Estatutos de Limpieza, nombres escritos en mantas colgadas sobre muros de iglesias y catedrales, colegiatas y capillas, registros, el edicto de los reyes Fernando e Isabel (1492), la Santa Inquisición celosa de un mandato y de privilegios, “familiares” y masas invitadas por escatológicos monjes, amordazaban la libertad de judíos y “judaizantes”, “nuevos cristianos”, “marranos” y “chuetas”.

La herencia del Sacro Romano Imperio y Sacro Imperio Germánico desangraba a España. La “inteligencia” de españoles judíos y musulmanes se expatriaba y no sólo se perseguía a Pérez, sino también al arzobispo Carranza. La época de los San Fernando, Alfonso X, Jaime I, Abderramán, San Isidoro..., se convertía en la caza al “judaizante” tejedor o poeta, escribano o catedrático de Universidad. [...] En las montañas, secretos y firmes como los robles, familias de judíos o “judaizantes” lograban tener un pie en la frontera de Bragança y permanecer en su León. Era la “noche oscura” para el pueblo de Dios. Ser “judaizante” significaba: condenado a muerte.


“EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA”


En circunstancias parecidas a las dichas y entre personas que capitalizaban sus vidas por caminos hacia las Provincias Reunidas, Lepanto, Argel, Roma, Milán, Nápoles, Génova, Portugal, o sobre las olas de esperanzas que algunas veces llegaban hasta Nueva España, Perú, Filipinas, China..., se escribió el libro: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote De La Mancha. Un hombre, llamado don Miguel, es el padre y la madre y don Quijote es su fuerza vital. Por medio del libro, en alegorías, símbolos, imágenes, metáforas e ironías, habla a los “iniciados”.


[...] CERVANTES


Incluso hoy mismo, en ciertos procesos se inventan documentos. Presentar un documento más sobre el nacimiento de don Miguel sería inoportuno. La crítica exige estudiar a don Miguel desde sí mismo y su obra.

“Yo he visto -dice Sancho Panza- a muchos tomar el apellido y alcurnia del lugar donde nacieron” (I, XXIX) y el cautivo de Argel, en el momento de la verdad, declara: “En un lugar de las montañas de León tuvo principio mi linaje, con quien fue más agradecida y liberal la Naturaleza que al fortuna” (I, XXXIX).

En un librito que lleva el mismo título de la comunicación: Don Miguel, judío de Cervantes (Editorial Cervantina, Lope de Vega, 11, Santander), creo haber examinado el tema sobre los lugares que discuten su nacimiento.

Cervantes, de Sanabria, tiene características óptimas para suponer, como cierto, que don Miguel nació (1549) y vivió, hasta los 18 años, en una de sus casas:


1ª El nombre del lugar.

2ª Está en “las montañas de León”.

3ª Era costumbre que cada persona llevase el nombre de su pueblo.

4ª En Cervantes existieron más de 100 telares, en tiempos de Felipe II, y don Miguel conocía bien la industria.

5ª Pudo conocer a Lope de Rueda en Valladolid. Cervantes dependía de Valladolid y su padre sería vendedor de tejidos.

6ª En Cervantes existieron familias judías.

7ª Los hechos de que en Santa Colomba de Sanabria existiesen actas de la época con los nombres de Aldonza Lorenzo, Teresa la Gorda, Aº Montesinos...

8ª La descripción de la cueva de Montesinos es auténtica y aún hoy, se pueden seguir las palabras e imágenes, lugares y espacios. Todo ello no muy lejos de Cervantes en Sanabria.

9ª La parte descriptiva de “Sierra Morena” se descubre en paisajes de las montañas sanabresas, que son ramificaciones de “las montañas de León”.

10ª En Sanabria existen “las siete lagunas” descritas en el Ingenioso Hidalgo. Las de Ruidera nunca fueron siete.

11ª “El pueblo del rebuzno” existe y aún hoy se cuenta la historia. El pueblo se llama Trefacio de Sanabria.

12ª Junto al Tera, Trefacio, Castro y otros ríos existen los molinos descritos con sus aceñas, han existido los batanes y su impresión ante el ruido es proverbial en la región sanabresa.

13ª Las distancias y costumbres de la “Pastoril Arcadia” continúan. Era en Sanabria donde se hablaba castellano y portugués.

14ª El lugar de Quintanar, hoy en Sanabria, se llama: Quintana.

15ª Una casa, en Cervantes de Sanabria, tiene particularidades, como el hecho de ser propietaria de una gran huerta donde hay un palomar, mirar hacia el Oriente, de ser la época, que hacen pensar fuese donde Miguel nació y vivió.

16ª En el Ingenioso Hidalgo se habla de Agimorato y precisamente siempre se ha llamado al propietario de la casa: Morato.

17ª Caso que don Miguel fuese Saavedra, en dos pequeños pueblecitos: Barrio de Lomba y Santa Colomba de Sanabria, entre los años 1780 y 1906, había más de 243.

18ª En la obra: La vía de Don Quijote de la Mancha en Sanabria (Ed. Cevantes. Lope de Vega, 12, Santander) se prueba la autenticidad de la Vía con sus distancias, nombres, costumbres y lingüística.

19ª Don Miguel de Cervantes conocía el Shulan Aruk de José Caro.


Vuelva el honor a la verdad.”

martes

La pregunta es:

Hay una pregunta (una duda, un rumor) que se está propagando entre los alumnos de toda la clase, y que se repite como el eco, una y otra vez, ganando y perdiendo fuerza con cada reverberación. La pregunta es necesaria, acaso inevitable. La pregunta es: ¿Qué es el Movimiento Plagiarista?

El plagiarismo es, por encima de otras muchas cosas, una línea en mitad de la carretera a partir de la cual todas las cosas se suceden a la vez, empezando y terminando al mismo tiempo. Sus ideas, sus conceptos, sus imagenes, sus textos, sean lo que sean y vengan de quienes vengan, por encima y por debajo de la literalidad, la imaginación o la autenticidad, son el resultado de un proceso libre, abierto, multidireccional e hiperreferencial, mediante el cual los escritores plagiaristas se valen de cualesquiera de los elementos que les rodean para hablar de esa cosa tan evidente como ininteligible que llamamos realidad (o la literatura de la realidad).

A partir de esta apreciación de totalidad, el escritor plagiarista empeña su tiempo, su sintaxis, su juicio y su capacidad de análisis en la reescritura de la realidad desde todos los puntos de vista posibles, que son infinitos, o tendetes a infinito, y en cualquier caso son el resultado incalculable de una suma imperfecta de permutaciones y combinaciones y asociaciones y apropiaciones en las que todas las frases y todos los argumentos y todos los estilos y todas las épocas tienen cabida. Por supuesto, la tarea es ardua; el proceso, incontrolable; y la finalidad, abstrusa.

Por ello, para que el lector inquieto, tan atento como distraído, conozca (y reconozca) los recorridos que el escritor plagiarista explora, y visite (o revisite) las asociaciones que el escritor plagiarista encuentra, y entienda (o desentienda) la multiplicidad de referentes, de encuentros y de repeticiones que el escritor plagiarista aprecia, desde ahora y en adelante se irán publicando en este post las conexiones virtuales, culturales o demoníacas, tanto presentes y pasadas como futuribles, que existen entre el plagiarismo y el resto del mundo (sea real, literario o imaginario).

Después de todo, y como no podía ser de otro modo, antes de que Leandro Romaña y César Ruiz-Tagle fundáramos el (nuestro) Movimiento Plagiarista, ya existían varias corrientes de pensamiento y creaciones estéticas que procedían, o derivaban, más o menos abiertamente de la incorporación al proceso creativo de incipientes motivos o recursos de caracter plagiarista. Así: la guerrila medial de Luther Blisett, rebautizada ahora como Wu Ming (sin nombre); las experiencias neoístas de Monty Cantsin; el activismo plagiarista de Karen Eliot; y los experimentos de Loyola Records bajo el nombre de Arturo Cariceo.

Es evidente, por lo tanto, que nuestro Movimiento Plagiarista no es otra cosa que una reformulación de muchas y muy variadas reformulaciones, un Movimiento que reformula las fórmulas mil veces formuladas. Esta fórmula, huelga decirlo, también ha sido formulada. La esencia de este experimento, todos los elementos que intervienen en él y las posibles multiplicaciones y derivaciones de su aplicación a la escritura se encuentran en cada palabra, en cada línea y en cada subtexto de ese artilugio narrativo, polimorfo e indescifrable que es el Manifiesto Plagiarista.

Bien. Entonces: ¿Qué es el Movimiento Plagiarista? Un mapa, un campo de maniobras, un laberinto y una trampa para ratones; un viaje, una búsqueda, una huída; una broma muy seria, una permutación más del alfabeto. También es un juego, un sofisticado laberinto de espejos deformes, una investigación incómoda y, por qué no decirlo, inútil. Quizá, más que nada, el Movimiento Plagiarista sea una llamada de atención, una crítica de todos nosotros, una parodia de todos nosotros, una máscara, un libro imaginario y otras muchas cosas que todavía no es y que alguna vez será. Porque, al fin y al cabo, el plagiarismo es una línea en mitad de la carretera, una línea finísima, casi invisible, a partir de la cual todas las cosas se suceden a la vez, quién sabe si eternamente.

(Extracto del discurso que leerán César Ruiz-Tagle y Leandro Romaña en la XXIII Cumbre Iberoamericana de Narrativa Involuntaria que se celebrará en Tordesillas el 19 de marzo del año 2014, haga frío, llueva o nieve.)